Ricardo Lagos es uno de esos políticos capaces de
sorprender a cualquiera. Tiene el don de hablar desde el podio de los
metarrelatos, la gran historia y la metafísica de los procesos. Hace
casi una semana, se despachó una columna de opinión memorable titulada “Chile y las protestas estudiantiles”.
Con su tono gandilocuente, de amo y señor de la historia, afirmó: “Porque
Chile logró avanzar enormemente en 20 años, su gente alcanzó una
madurez política que reclama nuevos derechos y no acepta ataduras
ligadas al pasado”.
Lo falaz de esta argumentación es evidente. Si Chile no hubiera
crecido económicamente durante la Concertación, quiere decir esto que
¿no habría alcanzado una madurez política? Nadie puede
aceptar racionalmente que la madurez política se logra porque de 200 mil
universitarios, pasamos a 1 millón 100 mil, siquiera como causa
parcial. ¿Si acaso fueran hoy sólo 300 mil universitarios? Aplique lo
mismo a los demás índices que la Concertación muestra como trofeos.
Lagos y su Concertación disfrazan el Chile actual como una situación
de hecho y extraen desde allí consecuencias normativas, éticas y
políticas: ahí la falacia. El Chile actual no puede ser pensado sin las
decisiones de la Concertación, es cierto. Pero esas decisiones no
fueron, no son, ni serán jamás “decisiones neutras”. Sólo un perfecto
tecnócrata —de los cuales la Concertación está repleta— puede considerar
una decisión política como técnicamente neutra.
Prestidigitadores expertos: nos hacen aparecer un nuevo ciclo histórico, cerrando al mismo tiempo el anterior, pero con un balance muy positivo. Balance hecho por ellos mismos y para su siempre muy altruista sentimiento patriótico y republicano por Chile. La Concertación, y Lagos particularmente, es hoy percibido sólo como un replicante, un androide, un avatar… de Pinochet por cierto. Obviamente no del Pinochet histórico, sino del Pinochet salvador.
Ahora bien, la falacia de Lagos se puede volver más irritante aún si
consideramos la segunda parte de su aserto: si Chile no hubiera crecido
económicamente durante la Concertación, quiere decir ello que ¿seguiría
aceptando las ataduras ligadas al pasado? Absurdo. El
mismísimo No a Pinochet o el mismísimo Si a Aylwin hubiesen sido
imposibles. El crecimiento era otro y no era, por lo demás, sólo
cuestión de crecimiento.
Ya votar por Aylwin significó un acto tremendamente generoso de parte
de toda la sensibilidad de izquierda; es decir, votar por el mismo
político que años atrás apoyara el Golpe de Pinochet y fuera férreo
antagonista de Salvador Allende; se tuvo que votar no más y —agrego— con
madurez política y sin ataduras. No fue puro pragmatismo
Una visión tan sesgada y reducida de las movilizaciones sociales
recientes en Chile sólo puede venir de una Concertación gastada, con
líderes gastados y con ideas —aún peor— también gastadas, falaces. ¿Cómo
alguien puede arrogarse el derecho de ser el autor intelectual de, como
las llama Lagos, las “protestas estudiantiles”?
El sesgo y la reducción también aquí son evidentes. No se trata de
puras y simples “protestas”, se trata más bien de una profunda y
arraigada “movilización social”. Ciertamente es un sesgo interesado,
minimizador, chato. No podemos reducir la movilización social, que apela
a demandas por cambios estructurales, a simples protestas coyunturales,
emergentes, cíclicas y con sentido puramente pragmático economicista.
Ya lo hicieron con los pingüinos y sus líderes: los farandulizaron, los
cooptaron y les impusieron un léxico extraño, edulcorado de
socialdemocratismo como lo es el de la igualdad de oportunidades, la
igualación de la cancha, las oportunidades desde la cuna, etc.
La Concertación de Lagos lo sabe muy bien, y además, los mismos
líderes sociales lo han repetido una y otra vez: la movilización es
fuertemente política, apela y refiere a sentidos políticos, e increpa y
reniega de la expresión política institucional vigente. Ahí el interés
por minimizarla, reducirla a una cuestión de regulación de mercados
proponiéndole sólo cambios cosméticos fundamentados en un empirismo
sociológico ramplón.
¿Cómo podemos definir si estamos o no ante un conflicto y una
movilización eminentemente política? El gran historiador-sociólogo
Charles Tilly, reconocido por sus contribuciones hermenéuticas para entender los movimientos sociales,
nos señala cuatro características necesarias: 1º. Un conjunto de
personas que defiende unas reivindicaciones frente a unos actores
definidos y concretos; 2º. Estas reivindicaciones han de ser colectivas,
públicas y presentarse y defenderse de manera visible; 3º. De
solucionarse el conflicto, afectaría tanto los intereses de los
reclamantes como el de los reclamados; y 4º. El más importante en este
momento, para ser una movilización política ha de darse la condición de
que al menos uno de los actores afectados sea un Gobierno.
En este cuarto punto está el asunto más crucial.
La movilización social, su perspectiva crítica y eminentemente
política, no entiende ni entenderá a la Concertación como un ciclo de gobiernos aislados
del actual gobierno del presidente Sebastián Piñera. Pero tampoco, y
esto es lo más grave e interesante, entiende ni entenderá a los
gobiernos de la Concertación como gobiernos aislados de la lógica
sistémica del Gobierno y la dictadura de Pinochet. El velo está caído.
La movilización social percibe al modelo político-gubernativo de la
dictadura, al de la Concertación y al de Sebastián Piñera como un todo, como un gran todo,
con una vinculante lógica unitaria. En efecto, el hilo conductor de ese
modelo político-gubernativo es el del neoliberalismo, diseñado por
Pinochet y administrado por estos 5 gobiernos democráticos.
La consigna “…y va a caer la educación de Pinochet” puesta hoy en circulación y enrostrada tanto a Piñera como a la Concertación de Lagos encierra precisamente esto: Pinochet no ha muerto, Pinochet vive.
Vive en la nervadura de todo el sistema educativo: su
municipalización, su pauperizada escuela pública, su sistema de voucher,
su financiamiento compartido, sus créditos CORFO, su crédito con aval
del Estado, su jornada escolar completa, su neurotizante SIMCE, su
segregadora PSU, su inverosímil Carrera Docente, su ninguneo a los
pedagogos y pedagogas.
No es un ciclo de gobiernos, donde Pinochet quedó en el pasado. En educación, al menos, es claramente percibido como un solo gobierno, como un todo y con su propia lógica, la neoliberal con o sin espurias regulaciones.
El totalitarismo de Pinochet no es sólo uno de armas y franco
atropello a los Derechos Humanos. Lo es, y radicalmente que lo es. Pero
también lo de Pinochet es un totalitarismo ideológico en franco
atropello a otros derechos, como los son los derechos por una Educación
digna, pública, gratuita y de calidad. Lamentablemente para ellos, la
Concertación y Sebatián Piñera son hoy vistos como testaferros o
esbirros de ese totalitarismo ideológico. Permítanme la palabra, pero la
“pinochetización” de lo social no es sino la colonización del
neoliberalismo en la vida cotidiana de los chilenos desde ya los 70
hasta hoy con gobiernos de uno u otro color. Ya sin miedo, sin ataduras,
superada la superioridad moral de la Concertación, son todos lo mismo,
más de lo mismo.
¿Si Pinochet fue un tirano que infundió el miedo en las escuelas?
Entrego sólo un breve ejemplo de lo que fueron capaces esos civiles y
militares que infundieron el miedo y el terror en el sistema escolar, de
hasta dónde fueron capaces de llegar.
El 19 de Agosto de 1974 se emitió desde la Dirección de Educación Primaria Normal —Tercer Sector Escolar de Santiago— la Circular Nº41
dirigida a regular el funcionamiento de los Establecimientos
Educacionales del Gran Santiago por parte de los Institutos Militares.
En ella se ordena expresamente el deber de poner en conocimiento de las
autoridades militares a todos los profesores, auxiliares o personal
administrativo que incurran en la “propagación de chistes o cuentos relativos a la gestión de la Junta o de sus miembros”… entre otras muchas prohibiciones. Leyó bien, dice “chistes”.
De que Pinochet fue un tirano, lo fue. Lo sabemos, y llegaron al
extremo, ya psicoanalítico, de la prohibición de chistes en las
escuelas.
Hoy esto no está en discusión. Tampoco la valentía de los prohombres
de la Concertación. Y mal por ellos, tampoco su ya desgastada calidad
moral, derruida año tras año.
Lo que está en discusión, repito, es la lógica del sistema que ha
prevalecido durante todos los gobiernos. Se trata de una cuestión
política, no técnica, por lo tanto.
No obstante, desde la Concertación nos están machacando una idea hace
rato, aunque la porfía de Lagos se haga cada vez más evidente: que
Chile cambió, que Chile avanzó, que Chile creció, y sólo por ello nació
ese nuevo “sentimiento social que demanda bienes públicos mayores al Estado” que expresan las protestas estudiantiles.
Prestidigitadores expertos: nos hacen aparecer un nuevo ciclo
histórico, cerrando al mismo tiempo el anterior, pero con un balance muy
positivo. Balance hecho por ellos mismos y para su siempre muy
altruista sentimiento patriótico y republicano por Chile.
La Concertación, y Lagos particularmente, es hoy percibido sólo como
un replicante, un androide, un avatar… de Pinochet por cierto.
Obviamente no del Pinochet histórico, sino del Pinochet salvador.
No nos perdamos con el ridículo espectáculo que vimos el domingo en
el Caupolicán, esa extraña estupidización de la realidad llevada
adelante por los grupúsculos fascistas (con y sin Chocman). Hoy el tema
no es simplemente el Pinochet histórico, es el Pinochet vivo, el
Pinochet salvador, el Pinochet presente en la administración
neoliberalizante de estos cinco gobiernos democráticos.
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