sábado, 25 de mayo de 2013

¿Por qué el trabajo?

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Por Álvaro Domínguez Montoya.
Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad de Concepción. Director Escuela Sindical UdeC.
porqueeltrabajo
— ¿Por qué no te buscas un trabajo decente?
— No hay ningún trabajo decente. Si un escritor abandona la creación, está muerto.
— ¡Oh, vamos, Carl! Hay millones de personas en el mundo que no trabajan en la creación. ¿Quieres decir que están muertas?
— Sí.”
No puedes escribir una historia de amor.Charles Bukowski
 Seamos honestos, son tiempos violentos. Ya no cabe duda que el discurso neoliberal con su propuesta cultural de modelo de sociedad se hace desde, por y para el trabajo, su rol y centralidad –o más bien no centralidad-, pero a diferencia de lo que se cree, lo hace desde una propuesta ambigua y mistificadora. La pirotecnia del emprendimiento, democracia liberal y ciudadanía -y porque no decirlo, de los “rutilantes” derechos fundamentales- nos sumerge en la ficción, haciéndonos creer protagonistas de una película preconstituida desde la ideología con su discurso distorsionador de la realidad. Ya no hay una contradicción entre el capital y el trabajo, no existe una sociedad dividida en clases y nos propone consecuencialmente la idea, por cierto de moda, del fin del trabajo[1], asumiendo desde ya que tal representa la totalidad de los males, por lo que el acto de realización y emancipación, y por tanto transformador de la realidad, están en la ciudadanía y en la democracia -con apellido liberal y a veces hermoseada con la palabra deliberativa-. Parafraseando a Sartre, caímos en la trampa para idiotas.
            La pregunta central en este contexto es si se puede atribuir al trabajo una naturaleza autotélica, esto es si tiene el trabajo en sí su propio fin, y a su vez, la centralidad o no centralidad del mismo como fenómeno social y cultural. En otros términos la pregunta es hasta qué punto el trabajo constituye una instancia básica que influye decisivamente en la estructura de las instituciones sociales y la vida de los individuos. Hasta que punto el trabajo se define como un espacio de realización y se potencia en perspectiva emancipadora y transformadora de la realidad.
            Lo anterior no es baladí, ya que cada vez es más recurrente – y por lo mismo se pretende su invalidación como categoría en el mismo grado de recurrencia- identificar de manera más visible el universo de violencia que entrañan las relaciones de trabajo y el modelo de sociedad de dominación que reproducen. Es innegable, en clave foucaultiana, el poder poliforme y polivalente que fluye en la fabrica (hoy empresa) como espacio de interacción entre el capital y el trabajo donde un poder económico ofrece un salario a cambio de un tiempo de trabajo en un aparato de producción que pertenece al propietario de los medios de producción, que define como trabajar, en que trabajar, donde trabajar –y aún más trágico- quien se lleva al final del día el fruto del trabajo. En fin de cuentas, la agonía que expresa el trabajo asalariado como forma enajenante de dominación. Por lo mismo negar el trabajo y su centralidad es negar a su vez el espacio dominación que en este se da.
            Si bien el discurso parece contradictorio, debemos entronizar en la división de trabajo libre y enajenado, para luego entender que el espacio de deliberación y realización se encuentra en el mismo, cuestión que se olvida en cualquier análisis teórico -particularmente posmoderno- a efectos de negar la contradicción que del emana y que olvida otros elementos que confluyen en tal forma de praxis, como aspectos cognitivos instrumentales, esto es una búsqueda constante de un fin, sea producción o creación de valores de uso; aspectos prácticos-morales con alcance social-moral, como construcción y medio de solidaridad social, como así creador de vínculos incardinados en un sentido comunicativo; y aspectos ético-expresivos, abarcando la autoexpresión y autorrealización personal como sujeto individual y colectivo.
            En la medida que la propiedad, la división del trabajo y sus productos se cosifican y mercantilizan, el trabajo como tal pierde su carácter autorealizador, asumiendo una existencia separada del hombre, ajena de sí. Luego, diría Marx, el objeto producido por el trabajo, su producto, se opone ahora a su creador como un ser ajeno, como un poder independiente, por lo que la realización del trabajo aparece en la esfera de la economía política como una invalidación del trabajador, la objetivación como una pérdida y como servidumbre al objeto y la apropiación como enajenación.
            El trabajo enajenado, en estos términos, deja de ser de la naturaleza del trabajador. Clásica es la cita de Marx que nos dice que el hombre “en consecuencia no se realiza en su trabajo sino que se niega, experimenta una sensación de malestar más que de bienestar, no desarrolla libremente sus energías mentales y físicas sino que se encuentra físicamente exhausto y mentalmente abatido”, por lo mismo, “de ahí que el obrero se sienta en su casa fuera del trabajo y en el trabajo fuera de sí. Está en casa cuando no trabaja, y cuando trabaja no está en casa. Su trabajo, por lo tanto, no es voluntario, sino obligado, trabajo forzado. No es, por lo tanto, la satisfacción de una necesidad, sino sólo un medio para satisfacer necesidades fuera de éste. Su carácter ajeno lo pone de relieve el hecho de que, tan pronto deja de existir alguna coacción física o de cualquier otro tipo, se huye del trabajo como de la peste”. El trabajo se convierte en una necesidad impuesta al hombre desde fuera, para satisfacer necesidades externas y fictas, el trabajo se vuelve, “parcelario y dividido, destructor de su libertad. Y entonces la vida no comienza más que con el fin del trabajo, es decir con el ocio o el descanso”.[2]
            En estos términos un concepto reducido sólo enfoca el trabajo en aspectos productivistas, como acción instrumental, deber social o disciplina coercitiva. Por lo mismo se contrapone a la forma de trabajo capitalista, el trabajo libre y autodeterminado que expresa la relación directa y activa del hombre con su entorno, con la naturaleza, siendo expresión de las facultades con la que se desarrolla su ejecutor como individuo y especie, abriéndose espacio para la expresividad de la esencia humana en la que la racionalidad se determina por la autocreación de lo humano en el trabajo. El trabajo humano no es otra cosa que la reproducción del hombre en la realidad donde plasma su fin en la medida que la definición del mismo sea un acto de voluntad exenta de fuerzas externas.
            El trabajo libre es fundamental en los procesos de autorrealización en la medida que el esfuerzo y dolor son actos de superación que se conjeturan en la autodeterminación del potencial humano y sus capacidades sociales, suponiendo una actividad y esfuerzo libre en la conducción del mismo, mediante la elección consciente de actividades para desarrollarse, reproducirse y desenvolverse como ser social.  En esta línea, podemos edificar sobre la base del trabajo emancipado o libre la construcción de modelos económicos y sociales con proyección de mayor cohesión, unidas por la búsqueda común de mejores condiciones de vida y existencia, tanto para el sujeto individual como colectivo, mediante apoyo y servicios recíprocos, siendo valores centrales la autonomía y solidaridad que se entrelazan y completan.
            La producción no se plantea entonces como un fin en sí misma, sino lo contrario, sus términos son prioritarios para desarrollo humano, de tal modo que el hombre domine la producción y no lo contrario: la acumulación del goce y no el goce de la acumulación, la riqueza no como consumo o acumulación, sino como tiempo libre y autorrealización. Esto nos permite visualizar un concepto de trabajo que reintegra y emancipa, solo concebible en el centro de una sociedad y, consecuencialmente, en una economía de trabajo emancipado.
            Por lo mismo, debemos asumir que hoy la forma de trabajo y por lo tanto la realización que en él se expresa es enajenante, pero tal no nos permite negar su centralidad, sino lo contrario, en los tiempos de cólera la transformación de la realidad debe darse asumiendo el espacio de contradicción que representan las relaciones sociales y como el trabajo, ya no en los términos esclavistas, permite constituirse como un acto de realización, develando el conflicto social que de él emana y por sobre todo, observar las relaciones de trabajos y las categorías jurídicas bajo la óptica de las distintas formas de ocultamiento de contradicciones como efectos de la ideología, teniendo especial consideración con la negación de las contradicciones, la mala comprensión de las contradicciones y su disolución. De aquí arranca la primera columna en este medio digital, centrada en el trabajo y, en adelante, las implicancias del mismo en esta sociedad visceralmente desigual.

[1] Sobre las teorizaciones postmodernas que defienden las tesis del fin del trabajo, en cuanto pérdida de su centralidad en la vida cotidiana, recomendamos Cfr. Gorz, André, Miserias del presente, riqueza de lo posible, Editorial Piados, Buenos Aires, 1998; Castel, Robert, La metamorfosis de la cuestión social, Editorial Paidós, Buenos Aires, 1997; Offe, Claus, La sociedad del trabajo. Problemas estructurales y perspectivas del futuro, Editorial Alianza Universidad. España, 1992; Habermas, Jürgen, Teoría de la acción comunicativa vol. I, Editorial Taurus, Madrid, 1987; El discurso filosófico de la modernidad, Editorial Taurus, Madrid, 1989.
[2] Camerlynk, G.H.; Lyon- Caen, G., Derecho del Trabajo, Ed. Aguilar, España, 1974, p. 3.

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