lunes, 10 de diciembre de 2012

MILITANCIA REVOLUCIONARIA Y VIDA COTIDIANA

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Por Carlos Sevilla. Viento Sur nº 108

“Instrúyanse porque necesitaremos toda nuestra inteligencia, 
Conmuévanse porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo, 
Organícense porque necesitaremos de toda nuestra fuerza”
(Antonio Gramsci)

Dentro de este Plural de VIENTO SUR (nº108, Febrero 2010) dedicado a la cuestión de las otras vidas posibles (más allá del capitalismo) resulta necesario abordar el papel de la militancia revolucionaria, es decir, de la actividad social y política, consciente y organizada, dirigida a la transformación radical de la sociedad y su relación con la vida cotidiana. Por límites de espacio, consagraremos estas líneas al análisis de la militancia antagonista, obviando, por tanto, el fenómeno de la burocratización, de la política entendida como profesión remunerada y ascensor social para funcionarios y permanentes de organizaciones políticas y sociales.

Nos alejaremos también de cierta visión clásica de la militancia revolucionaria, como el numen inspirador del militante, el tribuno de la plebe descrito por Lenin, un militante heroico, combatiente épico, que interviene en la pluralidad de contradicciones sociales. Y ello, porque en una época de no actualidad de la revolución, el “revolucionario profesional” cual “superhombre” nietzscheano, constituye una figura candidata al paro de larga duración. El análisis de cada fenómeno social, en este caso la práctica militante, tiene que estar ligado con las condiciones históricas concretas. Si hay una cierta crisis del “revolucionario profesional” y del estilo militante ligado al mismo, esta es, a su vez, reflejo de la profunda crisis de la conciencia de clase, del sentimiento de pertenencia, del vínculo clasista de la identificación social, de la debilidad de las fuerzas antagonistas y de los proyectos alternativos de sociedad.

También huiremos en el presente artículo, de la concepción del militante presente en autores como Toni Negri o Alain Badiou, que invocan, respectivamente, a San Francisco de Asis (Il poverello) y  a San Pablo, como idealtypes de la nueva militancia comunista: en ambos casos, “una extraña mística sin trascendencia sustituye subrepticiamente a una política revolucionaria inhallable” y “el predicador, se impone al militante”.            

Nos ocuparemos pues de tres estilos que encontramos en las prácticas militantes de nuestra época, tratando de amalgamarlas en tres “tipos ideales”: el militantismo “posmoderno”, el militantismo de “secta” y la militancia profana. Criticando las dos primeras y haciendo un elogio de la última, debemos reconocer que todas ellas parten de la “dificultad de renunciar a una existencia normal, a las seguridades afectivas y profesionales, a las pequeñas libertades individuales, de la fuga, o de las evasiones frecuentes”. En efecto, la militancia es una elección importante de la vida llena de dificultades, riesgos y plagada de contradicciones pero también de satisfacciones y alegrías.

Militantismo “posmoderno”

Empezaremos con el militantismo “posmoderno”. A finales de los años 70, una vez sofocadas las tentativas de “asalto al cielo”, el interés analítico se va desplazando de las tradiciones culturales de la clase obrera a la revuelta del estilo que aparece a través de los nuevos comportamientos juveniles, las subculturas y el estilo de vida metropolitano. La militancia radical deviene  estilo, opción y modo  de vida, incapaz de comunicar más allá de los circuitos militantes. 

Acabada la época de las grandes narrativas e impugnaciones, de la centralidad del Sujeto histórico y del partido revolucionario, vuelven los tiempos del repliegue y/o de las vueltas a casa: en la asociación de vecinos, en el colectivo feminista, en el centro social, en el colectivo ecologista, resistiendo en partidos de extrema izquierda lacerados por largos debates internos, multiplicación de escisiones y caída en picado de las afiliaciones. Época también de grandes movilizaciones sociales participadas por cuadros militantes, depositarios, en formas diversas, de una década de valerosas luchas de clase, motivo que dio a las movilizaciones una gran capacidad conflictiva, fuerza organizativa y una enorme carga de radicalidad. El movimiento del 77 en Italia,  los movimientos sociales en el Estado español en la década de los 80 (insumisión, anti-OTAN, estudiantil, feminista), así lo demuestran.

Interiorizando la impotencia estratégica del momento, levantando acta  del adiós a la revolución,  es la época del “deseo ansioso de vivir de otra manera, rápidamente [...] de  la impaciencia por inventar el futuro, por soñarlo, por saborearlo. Amargura de comunidades condenadas a la diáspora”. La revolución empezará a ser asunto de uno mismo, de transformación personal de las relaciones sociales y del entorno más cercano. De la revolución del día a día, de las nuevos falansterios y de experimentos comunitarios de vida alternativa (más allá del capital) que acaban por reproducir la división del trabajo, el encuadramiento de pareja en las relaciones afectivas y las jerarquías informales que cristalizan las relaciones de poder. Líneas de fuga, éxodos que ya  no encuentran tierra bíblica que colonizar.

En los tiempos presentes de organización “en red”,  nos encontramos ante el modo “posmoderno” de militancia, típico del altermilitante, alter respecto a la militancia política. Como elementos positivos, asociados al uso de las nuevas tecnologías, podemos destacar que la elevación masiva del nivel de estudios y la rápida circulación horizontal de la información permiten la afirmación del pensamiento y la toma de posición individualizada con carácter general. Así mismo, la estructura reticular (el rizoma frente a la estructura arborescente) crea  dificultades a su control por los poderes, creando una trama que permite el desarrollo de las ideas alternativas y de las resistencias potenciales. Como casos destacables podemos señalar: el 13 Marzo del 2004 cuando una cadena de SMS activó la protesta de miles de personas contra las mentiras del PP; el nacimiento del movimiento por la vivienda (V de Vivienda) o la movilización en la red que obligó en cuestión de horas al presidente Zapatero a desautorizar a la Ministra de Cultura. Como señala Amparo Lasén, “lo imprevisible, la intermitencia y la ausencia de organización son su fuerza y al mismo tiempo su debilidad [...] Evidentemente es frágil si lo medimos con los criterios de los movimientos sociales tradicionales o con los criterios de una lógica que interpreta el éxito de una iniciativa política por su capacidad para crear institución y continuidad” En efecto, para construir una sociedad alternativa por la base, hace falta organización social y política, instituciones y continuidades. En caso contrario, la nube de mosquitos virtual queda atrapada en la telaraña real de los poderes fuertes.

Entre los rasgos negativos del militantismo “posmoderno” están, “la desvalorización de las opciones y de los debates a largo plazo, la moral de la inmediatez, la sobrevaloración de los ego, el zapping organizativo y político”. En efecto, lo efímero sustituye a lo permanente, la táctica a la estrategia, el “yo-marca” empresario de sí mismo al nosotros, el zapping a la programación de calidad, las ideas geniales producidas cada minuto a la elaboración paciente y colectiva. Cada individuo o microrred se convierte, por tanto, “en una especie de organización en sí mismo”.   

Militantismo de “secta”

En segundo lugar, nos ocuparemos del militantismo de “secta”. Más relacionado con el fenómeno del fundamentalismo religioso, cuya visión totaliza y controla la vida social del individuo, anulando su autonomía y capacidades, nos encontramos en el campo de la política radical y la militancia revolucionaria con el militantismo de “secta”, del grupo cerrado y autista al exterior, vanguardia autoproclamada, portadora de una misión terrestre que confunde con una celeste. En estas organizaciones, el doctrinarismo sustituye a la formación teórico-política, el sacerdote o líder carismático al dirigente, el fervor irracional del creyente a la pasión racionalizada del militante. 

Creyendo encontrar la “espiritualidad de un mundo sin espiritualidad” en la militancia, el militante de una secta política confunde los intereses generales del movimiento con los de su propia organización, piensa que avanzar posiciones en el movimiento es que éstos se plieguen a las directrices de su organización. En este tipo de organizaciones, la rutina de las reuniones interminables y la actividad interna frenética, consigue que la socialización de sus militantes se reduzca al circuito interno. Sin posibilidad de contrastar otras opciones,  la experiencia limitada en la parroquia cerrada se torna en virtuosa. La repetición talmúdica de los argumentos de autoridad del panteón revolucionario (magister dixit) y el mecanicismo recurrente de las analogías históricas típicas de la secta,  limitan la capacidad del militante en discernir por sí mismo, crean una cultura poco fértil de desarrollo teórico y dificultan los balances colectivos necesarios para hacer que la crítica  del modo de producción, distribución y consumo realmente existente (Kritik), devenga una visión del mundo (Weltanschauung) con capacidad hegemónica, a través de la praxis. 

Estas organizaciones o embriones de organización que parasitan organizaciones más amplias, suelen establecer, tácitamente, “mandamientos de comportamiento militante”, los cuales,  oponen la elevación del nivel de conciencia -elevación  que procede de una experiencia colectiva de lucha- a la conversión individual, mística, que transforma el partido en una secta. Esclavos del “ideal militante” como otros lo fueron (y lo siguen siendo) de los diez mandamientos.
Foucault advertía que los partidos revolucionarios (de perfil “sectario” añadimos nosotros) en su combate contra el Estado, “han debido modelarse en su interior, precisamente, como aparatos de Estado, con los mismos mecanismos de disciplina, las mismas jerarquías y la misma organización de poderes”. Dado que “la sexualidad es algo de lo que no puede prescindir ningún sistema moderno de poder” no resulta extraño que hasta la vida sexual e íntima de los militantes haya sido objeto de debate colectivo,  de codificación y de prácticas punitivas (llegado el caso) dentro de la organización. 

Elogio de la militancia profana

“Más allá de las pertenencias gregarias y las identidades exclusivas, están siempre, las afinidades electivas, las fidelidades moleculares, las conspiraciones minúsculas y las conjuras discretas, de las que el comunismo es ese “nombre secreto” transmitido de unos a otros” (Daniel Bensaïd, Une lente impatience)


El veterano militante Pepe Mújica, hoy presidente de la República del Uruguay, realiza en un discurso un elogio de la militancia, un homenaje a los militantes, “a la levadura del pan”. Utilizaremos algunos elementos de su discurso para desarrollar el presente apartado.

“¿Qué sería del mundo sin militantes? ¿Qué sería de la condición humana sin militantes?” -se pregunta Pepe Mújica-   

Encontrar un equilibrio razonable entre satisfacción personal y deber militante

Los militantes no somos “superhombres”  que no se equivocan. No cargamos con una cruz de sacrificios, no somos cartujos ni abnegados voluntaristas. Somos seres comunes y corrientes que no renunciamos a las “caricias hermosas de la vida”, que sentimos alegría con un vino, con una buena comida, con un abrazo, con un  concierto, con una exposición, con una buena película, con un puñado de amigos,  que “no le decimos  no cuando el amor te hace una guiñada en una esquina de la vida”. 

Somos como cualquiera pero reservamos un pedazo de la existencia, del alma, para construir sueños colectivos. Los militantes tratamos de transformar en fuerza colectiva de las masas lo que sólo es potencial gigantesco. Esta transformación requiere de organización, compromiso, disciplina, de disfrute y pasión , con y por, la actividad política, pues “el progreso de la condición humana requiere que exista gente que se sienta feliz en gastar su vida al servicio del “progreso” humano” . Depende así mismo, de la realización de tareas no siempre gratificantes, de la asunción de riesgos, del cumplimiento de deberes militantes asumidos de forma libérrima. La militancia en una organización política revolucionaria dista mucho de la implicación entendida como afiliación (reducida al pago de una cuota) a un partido de la izquierda institucional,  o con el voluntarismo  profesionalizado de las ONG's.

Hacer todos un poco para que unos pocos no tengan que hacer todo

Reivindicamos la política como actividad del tiempo libre, del tiempo de ocio, opción de ocio alternativo versus el evasivo, frente al modelo profesionalizado y burocrático dominante en las organizaciones políticas y sociales de la izquierda institucional. La defensa de una forma de hacer política entendida como vocación frente a la política como profesión.

La precariedad, en tanto que licuadora de los tiempos, crea una dificultad objetiva para conciliar la vida laboral, familiar y militante. Por ello, repartir y dividir el trabajo en el seno de la organización, junto a la rotación en los puestos representativos y en los organizativos y políticos es conditio sine quae non del crecimiento colectivo, del “hacer todos un poco para que unos pocos no tengan que hacer todo”. Trabajar todos para trabajar menos.   

Construir una máquina política, un intelectual colectivo, una organización revolucionaria de nuevo cuño, para lograr ese otro mundo (y esa otra vida) posible y necesaria

La justificación de la “forma partido”  se debe a la necesidad de hacer converger las resistencias, al  planteamiento de la cuestión del poder y el ofrecer una herramienta eficaz frente al marco centralizado desde donde se organiza la dominación: el Estado. El capitalismo, como relación social de explotación, es un sistema que se apoya en relaciones de poder  (de género, nacionales, de dominación de la naturaleza por el hombre) las cuales “siguen teniendo en los Estados un conjunto de instituciones de mediación y control, que tratan de conciliar la lógica de acumulación de capital con su necesaria legitimación social y es necesario confrontarse con todas ellas”.   

Por ello, es necesario acabar con los residuos elitistas (“partido” por encima del movimiento) y con los riesgos vanguardistas asociados a una división del trabajo estricta de tareas entre movimientos y sindicatos (luchas inmediatas), izquierda institucional (expresión electoral) y partidos radicales (luchas globales y expresión política). 

Desechada la “ilusión social” despertada por el “movimiento de movimientos”, la cual estaba centrada en la potencia del autodesarrollo del movimiento para poner en jaque al Estado, no debemos caer, sin embargo, en el extremo opuesto de la “ilusión política”, pues los partidos, incluso los revolucionarios, se encuentran con retraso respecto a los movimientos de masas en medio de las tempestades revolucionarias. No debemos olvidar que es en el seno de los movimientos donde se encuentra, en gran medida, “la capacidad para inventar y experimentar nuevas formas de lucha y nuevas prácticas sociales [...] aportaciones programáticas y de síntesis   [...] capacidades teóricas innovadoras”. Si el proyecto de sociedad alternativa está centrado en el desarrollo de estructuras autogestionarias, la energía de las organizaciones políticas debe estar volcada en la construcción del movimiento obrero y de los movimientos sociales.

La necesidad de organizaciones políticas, la podemos encontrar, también, en reflexiones provenientes del área política de los centros sociales. Subsumido en el excursus, del problema de la no creación de instituciones de movimiento, se plantea que nos encontramos, a escala europea, ante la debilidad de unos movimientos sociales que “siguen sin ser capaces de productivizar la potencia política” que portan. En efecto, la cuestión organizativa de la creación de una máquina política,  se plantea en toda su crudeza, al constatar “el desarrollo deficitario [...] de las instituciones de movimiento. Esto es, la escasez de espacios novedosos donde crear, sedimentar, madurar una política más efectiva”. En otras palabras, “el problema no resuelto de la organización” o “el carácter de necesidad que plantea la cuestión de la creación institucional”, hace entrar por la puerta principal lo que salió por la ventana, esto es,  la necesidad imperiosa de la forma partido, para transformar el mundo y cambiar la vida.   

Por último, conviene hacer una reflexión sobre ciertas virtudes partidarias. A diferencia de los proyectos sociales y políticos basados en acuerdos tácitos sobre estilos de vida, en una organización revolucionaria no se puede exigir por anticipado un acuerdo sobre el modo de vida que hay que construir o inventar colectivamente, pues éste será fruto de la síntesis de millones de experiencias concretas. La organización política debe ser un lugar central para compaginar tareas manuales e intelectuales, encaminadas a la superación de la división del trabajo. Dentro de sus límites, “el partido, debe intentar corregir las desigualdades sociales, al menos en parte, a través de baremos [progresivos] de cotización, o asegurar a todos una formación política que es condición necesaria de la democracia interna”.    
 
En definitiva, una organización política revolucionaria es necesaria para avanzar en la auto-organización social. La militancia profana es, al fin y al cabo, la levadura del pan. 

Carlos Sevilla Alonso
Redacción VS, militante de IA y autor de “La fábrica del conocimiento. La universidad-empresa en la producción flexible”, El Viejo Topo:Barcelona, 2010.


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