lunes, 9 de diciembre de 2013

El ciudadanismo como proyecto histórico: El proyecto bacheletista como la estabilización de la relación entre la sociedad política-sociedad civil y la sustentación de la fase expansiva neoliberal

1 comentarios
 
El ciudadanismo como proyecto histórico:
El proyecto bacheletista como la estabilización de la relación entre la sociedad política-sociedad civil y la sustentación de la fase expansiva neoliberal

Por José Matamala Pizarro
Chillán, diciembre de 2013
La situación de la sociedad política en el actual estado de las cosas en Chile supone una preocupación asfixiante para los grupos políticos y de presión que conforman el bloque en el poder, así como para los grupos sociales y políticos emergentes que cuentan con una perspectiva transformadora y una apuesta táctica al interior de la sociedad política.
Si se considera como orientación práctica el ámbito de la participación electoral para comprender la preocupación proveniente desde ambos polos, los grupos políticos tienen a contrapelo la disminución de la participación en los comicios electorales, acentuada o evidenciada con mayor fuerza desde que el voto es voluntario a partir de las elecciones municipales del año 2012. Aquello ha planteado la revisión de las variables que han influido en la baja participación electoral, las cuales patentizan las diferencias estructurales inter-clases a la hora de acudir al “ritual” cívico. Desde esta sentencia, la merma en la participación pareciera ser que se restringe a una cuestión de composición de la estructura social -“Los ricos votan más que los pobres”- que se puede deber a una serie de variables que se entrecruzan: nivel de ingresos, nivel educativo, propensión al asistencialismo, ubicación espacial y geográfica, edad, género, entre otras. Esta óptica comprensiva, que utiliza aquella conclusión atractiva de tipo reduccionista, se ceñiría a cuestiones objetivas que se compenetran con el patrón de acumulación capitalista neoliberal, es decir, a condicionantes estructurales del modo de producción hegemónico en la formación económico-social chilena.
Pese a que los factores estructurales se correlacionan positivamente con la disminución de la participación electoral, no son excluyentes en cuanto a la determinación del fenómeno en cuestión. Tal argumentación se debe comprender desde dos planos. El primer plano trae a colación la “rama madre” desde donde se desprende la astilla de la crisis de participación electoral. La “rama madre” se constituye no desde una crisis del patrón de acumulación neoliberal, sino más bien desde una modalidad de reacomodo del trazado de dominación provocado por un nuevo ciclo expansivo de la economía neoliberal. Esta clarificación es determinante puesto que la lectura de la crisis de participación electoral no está sustentada en una crisis económica y/o orgánica, sino más bien en una esfera de crecimiento y ajuste de la economía nacional a los vaivenes, impasses y tensiones acordes a su carácter dependiente y difuso en el plano del circuito económico transnacional. Por lo tanto, se puede concluir que la “rama madre” no está en desflorecimiento, sino todo lo contrario. Se está poniendo a tono para evitar los pesares experimentados durante la crisis de la burbuja financiera (inmobiliaria) norteamericana del año 2008, crisis que sin duda trajo aprendizajes en el seno de los adalides capitalistas locales. Tomaron en consideración la siguiente advertencia “Si hubiesen restringido la política fiscal más en los momentos en que el capital estaba ingresando a sus mercados, ahora podrían flexibilizarla más. Pero sucedió que se hicieron la cama, y ahora van a tener que dormir en ella” (Eichengreen, 2013). Es decir, recordaron la vieja máxima de que el capitalismo es la indisoluble fórmula de Mercado más Estado, por lo que un desequilibrio en la sociedad política[1], esto es, en la formación social concreta de la sociedad chilena representada por el republicanismo político, puede complicar el mecanismo lógico de la fase económica de ajuste a la expansión capitalista nacional y transnacional.
Sin duda el gobierno de Piñera ha significado para algunos empresarios un deterioro en su imagen pública y en su capacidad para sostener el campo de dominación en la sociedad civil. Lo anterior se puede observar en la siguiente declaración:
“El Gobierno no ha hablado bien de los empresarios, y eso es conocido y malo. No puede ser que critiquen a los empresarios, que son la base del país (…) no puede ser que un Gobierno desprestigie a los empresarios para no identificarse con ellos, es un error muy grande porque este gobierno era de los empresarios. Es ingrato (…) Cuando fuimos a poner el voto, votamos por este gobierno" (Paulmann, 2013)
La enunciación de Horst Paulmann clarifica el pesimismo y la pérdida de confianza en el gobierno de la Alianza por Chile, conceptualizando a aquella coalición como una “traidora” en la misión de sustentación y realización de sus intereses gremiales y políticos como clase. Por lo tanto, el gobierno de Piñera ha significado para los grupos de presión y políticos empresariales una debilitación de la gobernabilidad en la sociedad política lo que patentiza un riesgo en la fase de ajuste del crecimiento neoliberal criollo, esto es, un desequilibrio en la fórmula del capitalismo, en donde el Mercado operaría sin grandes fluctuaciones, mientras que el Estado y su gobierno se aprecian enquistados en una crisis de legitimación de la sociedad política que arrastra una crisis de participación electoral. Es en esta realidad sistémica donde surge el segundo plano explicativo de la crisis de participación electoral. La lógica indica que la “rama madre” de la crisis de participación plantea una dicotomía entre la fórmula Mercado + Estado (M+E), reluciendo una merma en el funcionamiento de la sociedad política. Lo que queda explicar en el segundo plano es la siguiente pregunta ¿Cuáles son las expresiones político-sociales de la “rama madre” en la crisis de participación electoral? Esta interrogante puede ser abordada desde tres focos diferentes.
El primero radica en una óptica relativista de la relación M+E. Este enfoque plantea una serie de factores que minimizan la disyuntiva, señalando que el Mercado por sí solo resolverá las complicaciones emergentes en la sociedad política. Esta creencia tiene su base en dos niveles: El primer nivel estipula que una parte del bloque en el poder, sobre todo los grupos de presión empresariales y gremiales, considera que el poder político no radica completamente en el Estado, gobierno y/o parlamento, sino más bien éste se difunde y se concretiza en sus propias redes de influencia y coordinación. Una suerte de poder paralelo que incide significativamente en el poder formal enraizado en la sociedad política. El segundo nivel se apoya en la ideología neoliberal más asidua y extrema respecto a la constitución de los sujetos. Para el enfoque relativista el sujeto es un inoportuno, un inubicable, un indecible. Es un re-actor que orienta sus acciones hacia el ciclo del trabajo, el mercado y el consumo-deuda (Un ideal del yo con claras influencias post-fordistas), por tanto, es un sujeto pasivo en lo político, activo en el consumo-endeudamiento, hedonista y despolitizado.
El segundo foco se corresponde con una visión funcionalista de la operatividad de la relación M+E, lo que generaría la creencia en el seno del bloque en el poder de que la crisis de la sociedad política se resolverá por un ajuste a la interna de las problemáticas en el seno de la sociedad política. Es en este foco donde se podría situar tempranamente la matriz arquitectónica del ciudadanismo político como alternativa de viabilidad histórica para la superación de la disyuntiva. La lógica funcionalista[2] se focaliza en dos términos: el orden societal armónico y la búsqueda del consenso. De esta manera, la apuesta de otra parte dentro del bloque en el poder se funde en la búsqueda de reconfiguración del funcionamiento estatal y gubernamental desde una óptica del cuidado del orden societal armónico, esto es, de la formación social republicana ad hoc a los intereses de las clases dominantes. Aquella pretensión, que se configura como una posibilidad histórica de superación de la disyuntiva en la relación M+E, se examina a través de la utilización de los métodos de gestión social del riesgo[3]. El consenso aparece aquí como imperativo categórico[4], puesto que éste permitiría la clausura y sutura de las fisuras que se han visualizado en el andamiaje de la sociedad política. Una de ellas es el eslabón dúctil de la crisis en la participación electoral.
Por último, el tercer foco radica en una visión rupturista democrática proveniente desde algunos sectores de la sociedad civil dirigidos hacia la sociedad política. Esta consideración, interesante desde un punto de vista táctico, comprende una máxima indisoluble: Que la acción de ruptura de la sociedad política se debe acompañar por un incremento cuantitativo y cualitativo de la capacidad de incidencia de la sociedad civil en tanto actor emergente, hasta el punto que la sociedad civil desborde y fisure el orden societal y el consenso (empate catastrófico) en el seno de la sociedad política. De esta manera, a diferencia de la óptica relativista, el sujeto se plantea como un actor que emerge y que es capaz de manejar un proyecto que entra en disputa, por lo menos a nivel discursivo, con la lógica hegemónica del modo de vida dominante en la formación económico-social chilena. Pese a lo interesante de la propuesta táctica, ésta se observa con algunas dificultades en su puesta en marcha. Por un lado, el nivel de constitución de este sujeto “rupturista” se encuentra en un nivel emergente, precario y lábil. En otro sentido la relación M+E no es lo suficientemente “estatista” como para pensar que la inversión, o sea, la supeditación de Mercado al Estado permita trastocar el patrón de acumulación neoliberal dominante, puesto que la realidad plantea que éste se halla en un funcionamiento sistémico sin mayores fluctuaciones o animadversiones. Es así que se concluye que la sociedad política está amparada y permeada fuertemente por el poder formal y el poder paralelo de los grupos políticos y de presión del bloque en el poder, por lo que una situación de “acentuada fisura” es una condición que se aproxima más a un idealismo estratégico antes que a una particularidad concreta de la sociedad concreta.
La clarificación de los tres focos, que expresan los derivados de la “rama madre” de la crisis de la sociedad política, permite el análisis del comportamiento y las tácticas asumidas por los diferentes sectores sociales en la apertura del nuevo período político que viene, dentro de muchas otras tareas, a resolver la crisis misma de la sociedad política (que tiene como lastre la crisis de participación electoral). Considerando aquella tarea inmediata dentro del período político que está fulgiendo, la relevancia y la capacidad para situarse como alternativa de viabilidad histórica para la superación de la disyuntiva en la discrepancia entre M+E, el ciudadanismo[5] (foco funcionalista) se erige como una apuesta política digna de análisis y evaluación.
El ciudadanismo es una expresión política que tiene dos polos de manifestación. Por un lado, se constituye al fragor de las emergencias y divergencias en el bloque social dominante, así como por otro se plantea como emergencia y divergencia en los sectores sociales con perspectiva transformadora y con táctica de inserción en la sociedad política. El ciudadanismo se fragmenta en la capacidad para constituir sujetos desde la búsqueda de instalación por numerosos individuos de un mismo objeto exterior en el lugar de su ideal del yo, esto es, el sujeto se constituye en ciudadano en función de su capacidad para identificarse con algunas particularidades que halla en su contexto interpersonal. El ciudadano se constituye como sujeto imaginario y abstracto. Éste es un remilgo discursivo que permite establecer un actor en base a una identidad prefigurada por el bloque en el poder y algunos elementos de los sectores sociales con pretensión transformadora y opción electoral. Así, este sujeto “instituido” opera como la base de deconstrucción  del campo de la política[6] por parte de los sectores progresistas, como también es conceptualizado por parte de los sectores “funcionalistas” del bloque en el poder como la punta de lanza para la restitución del orden y el consenso en la sociedad política. La expresión de este tipo de sujeto ciudadano se imbuye al interior de la sociedad política puesto que, al ser un aparato de identificación de las masas, es capaz de enarbolar una demanda abstracta: sociedad inclusiva, igualitaria, asamblea constituyente, fin al binominal, etc. Desde esta declaración, el ciudadano puede comprenderse también como sujeto de masa activa, siendo un mediador entre los movimientos sociales emergentes y la sociedad política en crisis. Este sujeto-masa permite la interpelación de grupos, coordinadoras, federaciones, para enfrentar, en el campo de la política, a algún segmento del bloque en el poder, manteniendo una relación clientelar por dos polos: con la sociedad política y con los grupos políticos con acción en la sociedad civil. De esta doble actuación clientelar, el sujeto ciudadano es un actor que emerge en la pérdida de equilibrio en la relación M+E, esto es, es un actor que posibilitaría el reequilibrio entre la sociedad civil y la sociedad política. Jacques Rancière llamó a este proceso de subjetivación instituida imaginaria y estratégica por parte del bloque en el poder como un acto de la función policial de la sociedad política.
La función del proceso policial es la búsqueda de estabilidad y permanencia a través de tres categorías estables: la primera categoría funda la reestructuración de los sistemas institucionales, de organización del trabajo y de las lógicas clientelares instituyentes debido a una debilidad endémica de la sociedad política. Aquello se vincula con la segunda categoría que estipula que el punto nodal de los límites de la sociedad política se difumina y diluye. En la lógica de la precarización del trabajo y su pérdida de centralidad, la sociedad política se observa más fluida y permeable a las inclemencias y variaciones de su ajuste interno. Es así como la mercantilización de la vida, la circulación de capital y la desfronterización moral de los límites sociales interpela a la sociedad política a restablecer la armonía y el orden con objeto de revincular al sujeto-masa (y sociedad civil) con los aparatos ideológico-políticos de la sociedad política (Estado, Gobierno, partidos políticos, entre otros). Por último, la anterior aseveración se concatena con la tercera categoría  que se restringe a los términos generales de la configuración de los agentes (sujetos), los interlocutores válidos, que enarbolan concretamente la funcionalidad policial en el marco del ciudadanismo político. Este agenciamiento puede ser abordado por distintas conceptualizaciones, dependiendo de los intereses políticos que se plantean en el campo de la sociedad civil. Citando sucintamente un análisis respecto a los sectores que proponen una alternativa electoral con una movilización social constante (por ejemplo sectores rupturistas democráticos y/o de agitación social), se podría señalar que la configuración del sujeto, del interlocutor válido, se enraíza en una producción diatópica[7]. Esta diatopía es una resultante de una doble orientación: por un lado estos sectores inquieren un fortalecimiento de la sociedad civil para fisurar el orden de cosas en la sociedad política. De esta manera, la movilización social se refleja como un proceso de emergencia social que debe atiborrar de problemas la estructura de la sociedad política. Por otro lado, estos grupos políticos tienen un afán de constitución de un nuevo bloque histórico desde la “revolución pasiva”[8] como ejercicio de poder en el seno de la sociedad civil, esto es, los sectores subalternos con intencionalidad de constitución en sujeto social. Sin embargo, se sumergen en el campo de la sociedad política a través de la búsqueda de representación política. De esta manera, tienen una política electoral y una política de construcción de ciudadanos activos en lo político[9], principalmente en el sector estudiantil.
Como antítesis de lo que se señaló anteriormente se observa otra conceptualización que aborda la problemática del agenciamiento ciudadanista de manera diferente a la apuesta de acción diatópica (sincronía entre la acción política formal y paralela con una orientación de ruptura del status quo). Ésta es la que ha rescatado las mayores loas al interior del bloque en el poder: el bacheletismo. Este totemismo político cuenta con la venia del sector empresarial y sus grupos de presión, dentro de otras cosas porque “no se anticipa un impacto significativo para el sector bancario" (Luksic, 2013).
El bacheletismo como proyecto histórico funcionalista y con atisbos de ciudadanismo restringido, se plantea como una forma de disciplina de las masas aprovechando su estructura de carácter –neoliberalizada- constituyéndola en sujetos imaginados, pensados y coaccionados. El bacheletismo se orienta desde una lógica del despojo de la legitimidad en el ejercicio o germinación de poder, legalizando la fragilidad y dispersión de las masas a través de artilugios oportunistas que ofrecen direccionalidad a los grupos políticos y de presión ad hoc al modo de vida capitalista neoliberal. Las masas polimorfas se deben identificar, por tanto, con "ese otro que no existe"[10]: El ciudadano. Aquello se da bajo el prisma de una identidad débil en cuanto al lazo social y una pobre e irrealizable constitución subjetiva en base a la "experiencia de clase"[11]. Pero, aunque ese otro no exista, hay un lugar. Y ese lugar es ocupado con una serie de remilgos que buscan resolver la crisis de la sociedad política.  Si aquella arquitectura política no es efectiva, es decir, si las masas polimorfas, aquel actor no-constituido, pero sí interpelado e ideado, no responde a los principios de la identificación con ese "otro que no existe", esto es, el ciudadano; pues será la superestructura estatal, en tanto aparato ideológico y de dominación de ese actor no-constituido y subalterno, quien pasará de la guía y la constitución hacia el más irresoluble acto de coerción respecto a ese "otro que no existe" pero que se quiere constituir en sujeto social, esto es, en Pueblo organizado. Por lo que la apuesta del bacheletismo se restringe a establecer consenso en la medida de lo posible al interior de la sociedad política y fomentar la coerción política en el seno de la sociedad civil emergente. Todo ello con el objetivo histórico de superación de la dicotomía M+E, con objeto de amilanar la conciencia de los grupos políticos con intencionalidad de conformación de un bloque histórico subalterno, introduciendo una situación política de pacto político al interior de la sociedad política que restituya la armonía sistémica del capitalismo neoliberal chileno. El ciudadano se esbozaría como una herramienta para calmar el ímpetu y el malestar que se ha develado en la crisis de la sociedad política. Las clases dominantes han tomado nota de la vieja advertencia de S. Freud respecto al malestar en la cultura:
“si se agita el ímpetu libertario puede tratarse de una rebelión contra alguna injusticia establecida, favoreciendo así un nuevo progreso de la cultura y no dejando, por tanto, de ser compatible con ésta; pero también puede surgir del resto de la personalidad primitiva que aún no ha sido dominado por la cultura, constituyendo entonces el fundamento de una hostilidad contra la misma. Por consiguiente, el anhelo de libertad se dirige contra determinadas formas y exigencias de la cultura, o bien contra ésta en general” (El malestar en la cultura, 1930)
Lo que trata entonces el proyecto histórico del bacheletismo como alternativa ciudadanista restringida es la de amortiguar las tensiones lógicas que han emergido en el seno de la sociedad política, así como restringir las acciones de los sectores subalternos que han manifestado un despertar de la sociedad[12] a través de los movimientos sociales. El ciudadanismo bacheletista, a través de la utilización del liderazgo carismático, se plantea entonces como una aguda profundización de la dominación en el campo de la sociedad civil a través de la cooptación identitaria de la emergencia de movimientos y actores a la identificación de ese otro que no existe, esto es, el ciudadano. Desde la óptica de la Psicología de las masas, el ciudadanismo bacheletista es la resultante de un proceso de decantación de un porvenir de una ilusión que viene a asegurar la estabilización de la sociedad política y la sustentación de la fase expansiva neoliberal. El ciudadanismo político se plantea en este punto como la quimera peligrosa para las orientaciones políticas con intencionalidad de transformación favorable a las clases subalternas, siendo un dique vigoroso, un yo real, que se incrusta profundamente en su proyecto histórico de resolución del desequilibrio de la relación M+E. En este sentido, el ciudadanismo bacheletista y su psicología de las masas tienen una tarea histórica fundamental: resolver a favor de las clases dominantes la crisis de la sociedad política (que tiene un eco en la participación electoral) con objeto de propiciar el reacomodo, la dominación y la continuidad del modo de vivir y su proyecto de vida: el capitalismo neoliberal.










[1] Siguiendo el razonamiento de A. Gramsci, la sociedad política se puede entender como la articulación del Estado, sus aparatos ideológicos, los grupos políticos e intermedios y el carácter gubernamental adquirido y expresado por alguna coalición política o de presión hegemónica. 


[2] En este punto se pueden revisar las conceptualizaciones sobre el estructural-funcionalismo elaboradas por T. Parsons, Robert K. Merton, G. Germani, N. Luhmann, destacados como los más clásicos y conocidos respecto al tema. 


[3] También llamado Método “demanda-control-apoyo”. Este método, empleado en el área salubrista, tiene como objetivo disminuir los riesgos detonados por alguna alteración específica de los sujetos a través del fortalecimiento de recursos personales, familiares y sociales. En este caso, llevado a una postura política, el método de gestión del riesgo se emplea para robustecer las áreas débiles en la sociedad política con objeto de superar su alteración y facilitar el consenso, logrando con ello el aumento de la percepción de orden societal armónico. 


[4] El consenso se enraíza en la estructura del pensamiento de los sectores más “proclives” al establecimiento de concesiones y acuerdos para la superación del impasse de la crisis de la sociedad política. En la lógica Kantiana, este imperativo se debe tornar una ley natural del proceso de reacomodo de la fase de expansión de la economía neoliberal transnacionalizada. Existe, por tanto, una revaloración del consenso. 


[5] Se entiende al ciudadanismo, grosso modo, como un paradigma político que se constituye en el plano ontológico por un sujeto abstracto, polimorfo e imaginario; en el plano metodológico se sitúan tácticas políticas que buscan un equilibrio entre la sociedad civil, el Estado y el Mercado; en el plano ético se estipulan imperativos morales que tiene por objeto el orden societal y el consenso; en el plano estético se construyen objetos de identificación social en base a distribución de derechos y restricción de libertades y ejercicio de poder autónomo; en el plano ideológico se profundiza la matriz de pensamiento estructural-funcionalista, neoliberal “humanizada” y desmoralizante; en el plano organizativo se fortalece la sociedad política en desmedro de la movilización y acción de la sociedad civil, entre otros aspectos. 


[6] La política se entiende acá, someramente, como el acto de movilización y flujo del poder al interior de la sociedad política. 


[7] Se trata de concatenar dos ideas con objeto de consensuar una isomorfía conceptual integrativa. 


[8] Idea sustentada en la teorización de A. Gramsci 


[9] Lo político es comprendido acá como una apuesta paralela de constitución de poder. Es un ejercicio con niveles de autonomía y liderazgo relativo. 


[10] La teoría de la identificación a través del espejo resume que uno desarrolla su identidad en base a un otro que preexiste, que es concreto. En la lógica del ciudadanismo, el ciudadano es abstracto, por lo que la identificación de las masas se realiza en función del ideal del yo, esto es, de una ilusión colectiva. 


[11] E.P Thompson 


[12] Mario Garcés.

1 comentario: