El
ciudadanismo como proyecto histórico:
El
proyecto bacheletista como la estabilización de la relación entre la sociedad
política-sociedad civil y la sustentación de la fase expansiva neoliberal
Por José Matamala Pizarro
Chillán, diciembre de 2013
La situación de la sociedad política en el actual estado de las
cosas en Chile supone una preocupación asfixiante para los grupos políticos y
de presión que conforman el bloque en el poder, así como para los grupos sociales
y políticos emergentes que cuentan con una perspectiva transformadora y una
apuesta táctica al interior de la sociedad política.
Si se considera como orientación práctica el ámbito de la participación electoral para comprender la
preocupación proveniente desde ambos polos, los grupos políticos tienen a
contrapelo la disminución de la participación en los comicios electorales,
acentuada o evidenciada con mayor fuerza desde que el voto es voluntario a
partir de las elecciones municipales del año 2012. Aquello ha planteado la
revisión de las variables que han influido en la baja participación electoral,
las cuales patentizan las diferencias estructurales inter-clases a la hora de
acudir al “ritual” cívico. Desde esta sentencia, la merma en la participación
pareciera ser que se restringe a una cuestión de composición de la estructura
social -“Los ricos votan más que los
pobres”- que se puede deber a una serie de variables que se entrecruzan:
nivel de ingresos, nivel educativo, propensión al asistencialismo, ubicación
espacial y geográfica, edad, género, entre otras. Esta óptica comprensiva, que
utiliza aquella conclusión atractiva de tipo reduccionista, se ceñiría a
cuestiones objetivas que se compenetran con el patrón de acumulación
capitalista neoliberal, es decir, a condicionantes
estructurales del modo de producción hegemónico en la formación
económico-social chilena.
Pese a que los factores estructurales se correlacionan
positivamente con la disminución de la participación electoral, no son
excluyentes en cuanto a la determinación del fenómeno en cuestión. Tal
argumentación se debe comprender desde dos planos. El
primer plano trae a colación la “rama madre” desde donde se desprende
la astilla de la crisis de participación electoral. La “rama madre” se
constituye no desde una crisis del patrón de acumulación neoliberal, sino más
bien desde una modalidad de reacomodo del trazado de dominación provocado por un nuevo
ciclo expansivo de la economía neoliberal. Esta clarificación es
determinante puesto que la lectura de la crisis de participación electoral no está
sustentada en una crisis económica y/o orgánica, sino más bien en una esfera de crecimiento y ajuste de la
economía nacional a los vaivenes, impasses y tensiones acordes a su carácter
dependiente y difuso en el plano del circuito económico transnacional. Por lo
tanto, se puede concluir que la “rama madre” no está en desflorecimiento, sino
todo lo contrario. Se está poniendo a tono para evitar los pesares
experimentados durante la crisis de la burbuja financiera (inmobiliaria)
norteamericana del año 2008, crisis que sin duda trajo aprendizajes en el seno
de los adalides capitalistas locales. Tomaron en consideración la siguiente
advertencia “Si hubiesen restringido la
política fiscal más en los momentos en que el capital estaba ingresando a sus
mercados, ahora podrían flexibilizarla más. Pero sucedió que se hicieron la
cama, y ahora van a tener que dormir en ella” (Eichengreen, 2013). Es decir,
recordaron la vieja máxima de que el capitalismo es la indisoluble fórmula de Mercado
más Estado, por lo que un desequilibrio en la sociedad política[1],
esto es, en la formación social concreta de la sociedad chilena representada
por el republicanismo político, puede complicar el mecanismo lógico de la
fase económica de ajuste a la expansión capitalista nacional y transnacional.
Sin duda el gobierno de Piñera ha significado para algunos
empresarios un deterioro en su imagen pública y en su capacidad para sostener
el campo de dominación en la sociedad civil. Lo anterior se puede observar en
la siguiente declaración:
“El Gobierno no ha hablado bien de los
empresarios, y eso es conocido y malo. No puede ser que critiquen a los
empresarios, que son la base del país (…) no puede ser que un Gobierno
desprestigie a los empresarios para no identificarse con ellos, es un error muy
grande porque este gobierno era de los empresarios. Es ingrato (…) Cuando
fuimos a poner el voto, votamos por este gobierno" (Paulmann, 2013)
La
enunciación de Horst Paulmann clarifica el pesimismo y la pérdida de confianza
en el gobierno de la Alianza por Chile, conceptualizando a aquella coalición
como una “traidora” en la misión de sustentación y realización de sus intereses
gremiales y políticos como clase. Por lo tanto, el gobierno de Piñera ha
significado para los grupos de presión y políticos empresariales una
debilitación de la gobernabilidad en la sociedad política lo que patentiza un riesgo en la fase
de ajuste del crecimiento neoliberal criollo, esto es, un desequilibrio en la fórmula del
capitalismo, en donde el Mercado operaría sin grandes fluctuaciones, mientras
que el Estado y su gobierno se aprecian enquistados en una crisis de
legitimación de la sociedad política que arrastra una crisis de participación
electoral. Es en esta
realidad sistémica donde surge el segundo plano explicativo de la
crisis de participación electoral. La lógica indica que la “rama madre” de la
crisis de participación plantea una dicotomía entre la fórmula Mercado + Estado
(M+E), reluciendo una merma en el funcionamiento de la sociedad política. Lo
que queda explicar en el segundo plano es la siguiente pregunta ¿Cuáles son las expresiones
político-sociales de la “rama madre” en la crisis de participación electoral? Esta
interrogante puede ser abordada desde tres focos diferentes.
El
primero radica en una óptica relativista de
la relación M+E. Este enfoque plantea una serie de factores que minimizan la
disyuntiva, señalando que el Mercado por sí solo resolverá las complicaciones emergentes
en la sociedad política. Esta creencia tiene su base en dos niveles: El
primer nivel estipula que una parte del bloque en el poder, sobre todo
los grupos de presión empresariales y gremiales, considera que el poder
político no radica completamente en el Estado, gobierno y/o parlamento, sino
más bien éste se difunde y se concretiza en sus propias redes de influencia y
coordinación. Una suerte de poder paralelo que incide
significativamente en el poder formal enraizado en la
sociedad política. El segundo nivel se apoya en la ideología neoliberal más asidua
y extrema respecto a la constitución de los sujetos. Para el enfoque
relativista el sujeto es un inoportuno, un inubicable, un indecible. Es un
re-actor que orienta sus acciones hacia el ciclo del trabajo, el mercado y el
consumo-deuda (Un ideal del yo con claras influencias post-fordistas), por
tanto, es un sujeto pasivo en lo político, activo en el consumo-endeudamiento, hedonista
y despolitizado.
El
segundo foco se corresponde con una visión funcionalista
de la operatividad de la relación M+E, lo que generaría la creencia en el seno
del bloque en el poder de que la crisis de la sociedad política se resolverá por
un ajuste
a la interna de las problemáticas en el seno de la sociedad política. Es
en este foco donde se podría situar tempranamente la matriz arquitectónica del
ciudadanismo político como alternativa de viabilidad histórica para la
superación de la disyuntiva. La lógica funcionalista[2] se
focaliza en dos términos: el orden societal armónico y la búsqueda del
consenso. De esta manera, la apuesta de otra parte dentro del bloque en el
poder se funde en la búsqueda de reconfiguración
del funcionamiento estatal y gubernamental desde una óptica del cuidado del
orden societal armónico, esto es, de la formación social republicana ad hoc
a los intereses de las clases dominantes. Aquella pretensión, que se configura
como una posibilidad histórica de superación de la disyuntiva en la relación
M+E, se examina a través de la utilización de los métodos de gestión social del
riesgo[3]. El
consenso aparece aquí como imperativo categórico[4], puesto
que éste permitiría la clausura y sutura de las fisuras que se han visualizado
en el andamiaje de la sociedad política. Una de ellas es el eslabón dúctil de
la crisis en la participación electoral.
Por
último, el tercer foco radica en una visión rupturista democrática proveniente
desde algunos sectores de la sociedad civil dirigidos hacia la sociedad
política. Esta consideración, interesante desde un punto de vista táctico,
comprende una máxima indisoluble: Que la acción de ruptura de la sociedad
política se debe acompañar por un incremento cuantitativo y cualitativo de la
capacidad de incidencia de la sociedad civil en tanto actor emergente, hasta el
punto que la sociedad civil desborde y fisure el orden societal y el consenso
(empate catastrófico) en el seno de la sociedad política. De esta manera, a
diferencia de la óptica relativista, el sujeto se plantea como un actor que
emerge y que es capaz de manejar un proyecto que entra en disputa, por lo menos
a nivel discursivo, con la lógica hegemónica del modo de vida dominante en la
formación económico-social chilena. Pese a lo interesante de la propuesta
táctica, ésta se observa con algunas dificultades en su puesta en marcha. Por
un lado, el nivel de constitución de este sujeto “rupturista” se encuentra en
un nivel emergente, precario y lábil. En otro sentido la relación M+E no es lo
suficientemente “estatista” como para pensar que la inversión, o sea, la
supeditación de Mercado al Estado permita trastocar el patrón de acumulación
neoliberal dominante, puesto que la realidad plantea que éste se halla en un
funcionamiento sistémico sin mayores fluctuaciones o animadversiones. Es así
que se concluye que la sociedad política está amparada y permeada fuertemente
por el poder formal y el poder paralelo de los grupos políticos y de presión
del bloque en el poder, por lo que una situación de “acentuada fisura” es una
condición que se aproxima más a un idealismo estratégico antes que a una
particularidad concreta de la sociedad concreta.
La
clarificación de los tres focos, que expresan los derivados de la “rama madre”
de la crisis de la sociedad política, permite el análisis del comportamiento y
las tácticas asumidas por los diferentes sectores sociales en la apertura del nuevo
período político que viene, dentro de muchas otras tareas, a resolver la crisis
misma de la sociedad política (que tiene como lastre la crisis de participación
electoral). Considerando aquella tarea inmediata dentro del período político
que está fulgiendo, la relevancia y la capacidad para situarse como alternativa
de viabilidad histórica para la superación de la disyuntiva en la discrepancia
entre M+E, el ciudadanismo[5]
(foco funcionalista) se erige como una apuesta política digna de análisis y
evaluación.
El
ciudadanismo es una expresión política que tiene dos
polos de manifestación. Por un
lado, se constituye al fragor de las emergencias y divergencias en el
bloque social dominante, así como por
otro se plantea como emergencia y divergencia en los sectores sociales con
perspectiva transformadora y con táctica de inserción en la sociedad política.
El ciudadanismo se fragmenta en la capacidad para constituir sujetos desde la búsqueda de instalación por
numerosos individuos de un mismo objeto exterior en el lugar de su ideal del yo,
esto es, el sujeto se constituye en ciudadano en función de su capacidad
para identificarse con algunas particularidades que halla en su contexto
interpersonal. El ciudadano se constituye como sujeto imaginario y
abstracto. Éste es un remilgo discursivo que permite establecer un actor en
base a una identidad prefigurada por el bloque en el poder y algunos elementos
de los sectores sociales con pretensión transformadora y opción electoral. Así,
este sujeto “instituido” opera como la base de deconstrucción del campo de la política[6]
por parte de los sectores progresistas, como también es conceptualizado por
parte de los sectores “funcionalistas” del bloque en el poder como la punta de
lanza para la restitución del orden y el consenso en la sociedad política. La
expresión de este tipo de sujeto ciudadano se imbuye al interior de la sociedad
política puesto que, al ser un aparato de
identificación de las masas, es capaz de enarbolar una demanda abstracta: sociedad
inclusiva, igualitaria, asamblea constituyente, fin al binominal, etc. Desde
esta declaración, el ciudadano puede comprenderse también como sujeto de masa activa, siendo un mediador
entre los movimientos sociales emergentes y la sociedad política en crisis.
Este sujeto-masa permite la interpelación de grupos, coordinadoras,
federaciones, para enfrentar, en el campo de la política, a algún segmento del
bloque en el poder, manteniendo una relación clientelar por dos polos: con la sociedad
política y con los grupos políticos con acción en la sociedad civil. De esta
doble actuación clientelar, el sujeto ciudadano es un actor que emerge en la
pérdida de equilibrio en la relación M+E, esto es, es un actor que posibilitaría el reequilibrio entre la sociedad civil y
la sociedad política. Jacques Rancière llamó a este proceso de
subjetivación instituida imaginaria y estratégica por parte del bloque en el
poder como un acto de la función policial
de la sociedad política.
La
función del proceso policial es la búsqueda de estabilidad y permanencia a
través de tres categorías estables: la primera categoría funda la
reestructuración de los sistemas institucionales, de organización del trabajo y
de las lógicas clientelares instituyentes debido a una debilidad endémica de la
sociedad política. Aquello se vincula con la segunda categoría que estipula
que el punto nodal de los límites de la sociedad política se difumina y diluye.
En la lógica de la precarización del trabajo y su pérdida de centralidad, la
sociedad política se observa más fluida y permeable a las inclemencias y
variaciones de su ajuste interno. Es así como la mercantilización de la vida,
la circulación de capital y la desfronterización moral de los límites sociales
interpela a la sociedad política a restablecer la armonía y el orden con objeto
de revincular al sujeto-masa (y sociedad civil) con los aparatos
ideológico-políticos de la sociedad política (Estado, Gobierno, partidos
políticos, entre otros). Por último, la anterior aseveración se concatena con
la tercera
categoría que se restringe a los términos generales de la configuración de los agentes
(sujetos), los interlocutores válidos, que enarbolan concretamente la
funcionalidad policial en el marco del ciudadanismo político. Este
agenciamiento puede ser abordado por distintas conceptualizaciones, dependiendo
de los intereses políticos que se plantean en el campo de la sociedad civil.
Citando sucintamente un análisis respecto a los sectores que proponen una
alternativa electoral con una movilización social constante (por ejemplo
sectores rupturistas democráticos y/o de agitación social), se podría señalar
que la configuración del sujeto, del interlocutor válido, se enraíza en una
producción diatópica[7].
Esta diatopía es una resultante de una doble orientación: por un lado estos
sectores inquieren un fortalecimiento de la sociedad civil para fisurar el
orden de cosas en la sociedad política. De esta manera, la movilización
social se refleja como un proceso de emergencia social que debe atiborrar de
problemas la estructura de la sociedad política. Por otro lado, estos grupos
políticos tienen un afán de constitución de un nuevo bloque histórico desde la
“revolución pasiva”[8]
como ejercicio de poder en el seno de la sociedad civil, esto es, los sectores
subalternos con intencionalidad de constitución en sujeto social. Sin embargo, se
sumergen en el campo de la sociedad política a través de la búsqueda de representación
política. De esta manera, tienen una política electoral y una política de
construcción de ciudadanos activos en lo político[9],
principalmente en el sector estudiantil.
Como
antítesis de lo que se señaló anteriormente se observa otra conceptualización
que aborda la problemática del agenciamiento ciudadanista de manera diferente a
la apuesta de acción diatópica (sincronía entre la acción política formal y
paralela con una orientación de ruptura del status quo). Ésta es la que ha
rescatado las mayores loas al interior del bloque en el poder: el
bacheletismo. Este totemismo político cuenta con la venia del sector
empresarial y sus grupos de presión, dentro de otras cosas porque “no se anticipa un
impacto significativo para el sector bancario" (Luksic, 2013).
El bacheletismo
como proyecto
histórico funcionalista y con atisbos de ciudadanismo restringido, se plantea
como una forma de disciplina de las masas
aprovechando su estructura de carácter –neoliberalizada- constituyéndola en
sujetos imaginados, pensados y coaccionados. El bacheletismo se orienta desde
una lógica del despojo de la legitimidad en el ejercicio o germinación de
poder, legalizando la fragilidad y dispersión de las masas a través de
artilugios oportunistas que ofrecen direccionalidad a los grupos políticos y de
presión ad hoc al modo de vida capitalista neoliberal. Las masas polimorfas se
deben identificar, por tanto, con "ese otro que no existe"[10]:
El ciudadano. Aquello se da bajo el prisma de una identidad débil en cuanto al
lazo social y una pobre e irrealizable constitución subjetiva en base a la
"experiencia de clase"[11].
Pero, aunque ese otro no exista, hay un lugar. Y ese lugar es ocupado con una
serie de remilgos que buscan resolver la crisis de la sociedad política.
Si aquella arquitectura política no es efectiva, es decir, si las masas
polimorfas, aquel actor no-constituido, pero sí interpelado e ideado, no
responde a los principios de la identificación con ese "otro que no existe",
esto es, el ciudadano; pues será la superestructura estatal, en tanto aparato
ideológico y de dominación de ese actor no-constituido y subalterno, quien
pasará de la guía y la constitución hacia el más irresoluble acto de coerción
respecto a ese "otro que no existe" pero que se quiere constituir en
sujeto social, esto es, en Pueblo organizado. Por lo que la apuesta del
bacheletismo se restringe a establecer
consenso en la medida de lo posible al interior de la sociedad política y
fomentar la coerción política en el seno de la sociedad civil emergente.
Todo ello con el objetivo histórico de superación de la dicotomía M+E, con
objeto de amilanar la conciencia de los grupos políticos con intencionalidad de
conformación de un bloque histórico subalterno, introduciendo una situación
política de pacto político al interior de la sociedad política que restituya la
armonía sistémica del capitalismo neoliberal chileno. El ciudadano se esbozaría
como una herramienta para calmar el ímpetu y el malestar que se ha develado en
la crisis de la sociedad política. Las clases dominantes han tomado nota de la
vieja advertencia de S. Freud respecto al malestar en la cultura:
“si se agita el ímpetu
libertario puede tratarse de una rebelión contra alguna injusticia establecida,
favoreciendo así un nuevo progreso de la cultura y no dejando, por tanto, de
ser compatible con ésta; pero también puede surgir del resto de la personalidad
primitiva que aún no ha sido dominado por la cultura, constituyendo entonces el
fundamento de una hostilidad contra la misma. Por consiguiente, el anhelo de
libertad se dirige contra determinadas formas y exigencias de la cultura, o
bien contra ésta en general” (El malestar en la cultura, 1930)
Lo que trata entonces el proyecto histórico del bacheletismo como
alternativa ciudadanista restringida es la de amortiguar las tensiones lógicas
que han emergido en el seno de la sociedad política, así como restringir las
acciones de los sectores subalternos que han manifestado un despertar de la
sociedad[12]
a través de los movimientos sociales. El ciudadanismo bacheletista, a través de
la utilización del liderazgo carismático, se plantea entonces como una aguda
profundización de la dominación en el campo de la sociedad civil a través de la
cooptación identitaria de la emergencia de movimientos y actores a la
identificación de ese otro que no existe, esto es, el ciudadano. Desde la
óptica de la Psicología de las masas, el ciudadanismo bacheletista es la
resultante de un proceso de decantación de un porvenir de una ilusión que viene
a asegurar la estabilización de la sociedad política y la sustentación de la
fase expansiva neoliberal. El ciudadanismo político se plantea en este punto
como la quimera peligrosa para las orientaciones políticas con intencionalidad
de transformación favorable a las clases subalternas, siendo un dique vigoroso,
un yo real, que se incrusta profundamente en su proyecto histórico de
resolución del desequilibrio de la relación M+E. En este sentido, el ciudadanismo
bacheletista y su psicología de las masas tienen una tarea histórica
fundamental: resolver a favor de las clases dominantes la crisis de la sociedad
política (que tiene un eco en la participación electoral) con objeto de
propiciar el reacomodo, la dominación y la continuidad del modo de vivir y su
proyecto de vida: el capitalismo neoliberal.
[1] Siguiendo el razonamiento de A. Gramsci, la sociedad política se puede entender como la articulación del Estado, sus aparatos ideológicos, los grupos políticos e intermedios y el carácter gubernamental adquirido y expresado por alguna coalición política o de presión hegemónica.
[2] En este punto se pueden revisar las conceptualizaciones sobre el estructural-funcionalismo elaboradas por T. Parsons, Robert K. Merton, G. Germani, N. Luhmann, destacados como los más clásicos y conocidos respecto al tema.
[3] También llamado Método “demanda-control-apoyo”. Este método, empleado en el área salubrista, tiene como objetivo disminuir los riesgos detonados por alguna alteración específica de los sujetos a través del fortalecimiento de recursos personales, familiares y sociales. En este caso, llevado a una postura política, el método de gestión del riesgo se emplea para robustecer las áreas débiles en la sociedad política con objeto de superar su alteración y facilitar el consenso, logrando con ello el aumento de la percepción de orden societal armónico.
[4] El consenso se enraíza en la estructura del pensamiento de los sectores más “proclives” al establecimiento de concesiones y acuerdos para la superación del impasse de la crisis de la sociedad política. En la lógica Kantiana, este imperativo se debe tornar una ley natural del proceso de reacomodo de la fase de expansión de la economía neoliberal transnacionalizada. Existe, por tanto, una revaloración del consenso.
[5] Se entiende al ciudadanismo, grosso modo, como un paradigma político que se constituye en el plano ontológico por un sujeto abstracto, polimorfo e imaginario; en el plano metodológico se sitúan tácticas políticas que buscan un equilibrio entre la sociedad civil, el Estado y el Mercado; en el plano ético se estipulan imperativos morales que tiene por objeto el orden societal y el consenso; en el plano estético se construyen objetos de identificación social en base a distribución de derechos y restricción de libertades y ejercicio de poder autónomo; en el plano ideológico se profundiza la matriz de pensamiento estructural-funcionalista, neoliberal “humanizada” y desmoralizante; en el plano organizativo se fortalece la sociedad política en desmedro de la movilización y acción de la sociedad civil, entre otros aspectos.
[6] La política se entiende acá, someramente, como el acto de movilización y flujo del poder al interior de la sociedad política.
[7] Se trata de concatenar dos ideas con objeto de consensuar una isomorfía conceptual integrativa.
[8] Idea sustentada en la teorización de A. Gramsci
[9] Lo político es comprendido acá como una apuesta paralela de constitución de poder. Es un ejercicio con niveles de autonomía y liderazgo relativo.
[10] La teoría de la identificación a través del espejo resume que uno desarrolla su identidad en base a un otro que preexiste, que es concreto. En la lógica del ciudadanismo, el ciudadano es abstracto, por lo que la identificación de las masas se realiza en función del ideal del yo, esto es, de una ilusión colectiva.
[11] E.P Thompson
[12] Mario Garcés.
=)
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